sábado, 12 de marzo de 2011

La higiene y la salud - materno infantil en la ciudad de México durante la primera Semana del Niño de 1921

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Martha Román Villar.

Durante la década de 1920, la protección de la infancia, particularmente en lo que se refiere a la salud física y mental de los niños, fue parte de un movimiento internacional surgido en el continente europeo y generalizado al resto de los países a raíz de la primera Guerra Mundial. En México, en un contexto de marcado nacionalismo, solidaridad y redención social, los gobiernos surgidos de la Revolución Mexicana (1910-1920) sustentados en los ideales de justicia social plasmados en la Constitución de 1917, buscaron llevar a la práctica esas medidas mediante la difusión masiva de los principios básicos de la higiene. Una de las primeras acciones emprendidas fue la primera Semana del Niño, organizada en la ciudad de México del 11 al 17 de septiembre de 1921 para conmemorar el primer Centenario de la Consumación de la Independencia, y cuyo objetivo fue inculcar entre las mujeres y los niños pobres de la capital la adopción de hábitos higiénicos, así como interesar a los sectores de clases medias y altas por la protección de los infantes.

Al iniciar la década de 1920, médicos, el Estado y la opinión pública otorgaron gran importancia a la salud de la población, particularmente en lo que se refiere a la higiene y a la salud materno- infantil de las áreas urbanas. La preocupación por la alta mortalidad infantil, un problema latente y generalizado durante el siglo XIX y que persistió durante el siglo XX, considerada asimismo como un factor que incidía en menoscabo del crecimiento poblacional fue un eje importante del proyecto de reconstrucción y modernización del país.

Al concluir la fase armada, el nuevo Estado, situado en un proceso de desarrollo capitalista, moderno y civilizador y al mismo tiempo de restructuración política, económica y social, buscó proveerse de individuos sanos, fuertes, vigorosos y aptos para el trabajo que contribuyeran al progreso de país, asimismo, combatir prácticas que se decían nocivas y que representaban un obstáculo para el consabido progreso como eran la inadecuada atención del embarazo y del parto proporcionada por comadronas. En este sentido, inculcar hábitos higiénicos entre la población, concretamente entre las mujeres y los niños de condición socioeconómica baja, fueron aspectos relevantes en el nuevo proyecto de nación.

Estos buenos deseos aparentemente aislados tuvieron gran paralelismo con lo que acontecía en el ámbito internacional. El interés por la protección de los niños y de sus madres, aunque fue esbozado durante el siglo XIX, no fue sino hasta después de la Primera Guerra Mundial cuando se tendió al “florecimiento y la internacionalización de los proyectos pro-infancia” buscando difundir entre los países los avances que en materia de higiene y salud materno-infantil existían, y que fueron adaptados de manera particular al contexto nacional.[1]

Si bien la Constitución de 1917 proveyó el marco legal para normar la salud pública del país y estipuló la protección de la madre trabajadora[2], fue a inicios de la década de 1920 cuando el Estado, revestido de un impulso nacionalista y en vía de institucionalización pretendió llevar a la práctica los principios de justicia social contenidos en la Carta Magna. Sin embargo, debido a la inestabilidad política que aún existía, a la falta de instituciones sanitarias y al precario erario público, las madres, señaladas como las principales responsables de la salud y el cuidado de sus hijos, serían quienes se encargarían de este rubro.[3]

Ante la necesidad de legitimar el nuevo Estado, de resarcir la pérdida de vidas ocasionadas durante la contienda revolucionaria, así como del anhelo de reducir los persistentes índices de mortalidad infantil agravados por el surgimiento de enfermedades endémicas y epidémicas, fue impulsada una empresa de higienización colectiva en la capital.[4] Entre las primeras acciones promovidas por el Departamento de Salubridad Pública (DSP), un organismo que se creó en 1918 para sustituir al Consejo Superior de Salubridad porfiriano, fue la educación de las madres y los niños en materia de higiene. De acuerdo con el doctor Gabriel M. Malda, jefe del DSP de 1920 a 1924, la higiene requería ser ubicada a la altura de los países civilizados “a base de ciencia, aptitud y moralidad”, situando los intereses nacionales sobre los particulares.[5]

Según el censo de 1921, el país contaba con 14 242 852 habitantes contra 15 160 369 en 1910. Es decir, hubo una disminución de poco menos de un millón de habitantes. Con respecto a la mortalidad infantil, ésta fue atribuida a la falta de hábitos higiénicos durante la fase pre y posnatal y natal, así como a la ignorancia de las madres en el cuidado y crianza de los hijos durante los primeros dos años de vida, particularmente en lo que se refiere a su alimentación. Por tanto, había que educar, civilizar y enseñar a vivir a la población “como es debido”, en especial a las madres y futuras madres.[6]

De esta manera, la Semana del Niño inauguró una intensa campaña de propaganda y educación higiénica desplegada en la ciudad de México- después extendida al ámbito nacional durante las siguientes décadas- dirigida a las mujeres y a los niños de todas las clases sociales, con particular énfasis en los de condición socioeconómica y cultural baja, mediante una gama de instrucciones y consejos precisos sobre higiene, crianza y cuidado de los niños. Con ello se esperaba que las madres y futuras madres pudieran asumir su “más sagrado deber” que les confería la sociedad.[7]

Martha Román Villar.

Licenciada y Maestra en Historia por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, Sistema Universidad Abierta.

Trabajadora Social a nivel técnico por la Escuela de Trabajo Social del Nacional Monte de Piedad.

Miembro de la Asociación Civil de Historiadores Mexicanos Palabra de Clío A.C.



[1] Susana Luisa Sosenski Correa, El trabajo infantil en la ciudad de México, 1920-1934, Tesis de doctor en Historia, México, El Colegio de México, 2008, p. 28.

[2] Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, México, Imprenta de la Secretaría de Gobernación, 1917. Título sexto. Del Trabajo y de la Previsión Social. Artículo 123, fracciones II, V y XV, p. 93, 94, 97.

[3] Ricardo Pérez Montfort, Estampas del nacionalismo mexicano. Ensayos sobre cultura popular y nacionalismo, México, CIESAS, 1994. Cfr. al mismo autor en Avatares del nacionalismo cultural, México, CIDHEM-CIESAS, 2000.

[4] Claudia Agostoni, “Las mensajeras de la salud. Enfermeras visitadoras en la ciudad de México durante la década de los 1920”, en Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Nacional Autónoma de México, no. 33, enero- junio de 1007, p. 89.

[5]Gabriel M. Malda, Presentación del Boletín del Departamento de Salubridad Pública, 2ª época, Tomo 1, México, enero-junio de 1921, no. del 1-6.

[6]Adalberto Santín, “Algunas consideraciones sobre el Código Sanitario”, en Boletín del Departamento de Salubridad Pública, 2ª. Época, Tomo I, números del 7 al 12, julio- diciembre de 1921, p. 237.

[7] “The Noblest Profession, “1890-1920” en Rima D. Apple, Mothers and Medicine A Social History Infante Feeding, 1890-1950, The University of Wisconsin Pres, 1987, p. 97. Véase también de la misma autora Contructing Mothers: Scientific Motherhood in the Nineteenth and Twenty centuries, England, The Society for the Social History of Medicine, The Oxford University Press, 1995, p.165

a. Grabado Elvira Gascón 1947.

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